Qué le dijo un ciego a otro ciego

que le dijo un ciego a otro ciego

Siempre y en todo momento me han dado gusto las enormes urbes. Siempre y en todo momento me ha dado gusto La capital española. Con sus calles angostas y sus paseantes anónimos y distintos, supuestamente invisible para la multitud, pero familiar para los ojos agudos que toman exactamente la misma ruta todos y cada uno de los días. No obstante, debo aceptar que llevo ciertos años en el convento y se aprecia. Que mis intereses -que cambiaron bastante-, que el capital les queda grande y que tienen bastante estruendos. Por el momento no puedo caminar inconsciente con los audífonos en los oídos por el hecho de que la práctica me afirma por donde voy, y la multitud que pasa (yendo al son de escaparates y videollamadas en la calle) noto que es extraño en el momento en que ven a alguien una monja.

Fue una mañana bastante anárquica. La lluvia y las proyectos se sumaron a la rutina frecuente. Andaba a través de mi madre hacia una parada de autobús en la Plaza de Sevilla. Nos quedaba poquísimo. Al final llegamos a la Plaza de Canalejas, donde la confluencia de múltiples calles aumentaba el estruendos, y el tráfico no se detenía en ese punto por los atascos, y las aceras estaban repletas de andamios de un lujoso hotel que se encontraba a puntito de inaugurarse. Había que ir con cien mil ojos en todas y cada una direcciones, incluyendo los paraguas de los mucho más bajos que se quedaban de forma fácil en tu cara, y caminar prácticamente en fila india. Recuerdo que hubo un simulacro y sonó la lluvia, ¡merced a Dios! en ese instante prácticamente se detuvo. De súbito sentí que mi madre me soltaba la mano. Velozmente me viré en su busca. Hasta el momento habíamos tratado de eludir los andamios caminando fuera de los caminos, en vez de bajo ellos. Mi hábito, que no nos caiga encima el agua sucia. Y me enteré que daba la vuelta al andamio para pasar abajo y contactar con un hombre y una mujer que no conocía en lo más mínimo. Mientras que me aproximaba escuché que les chillaban -por el hecho de que no había reposo a lo largo del simulacro- ¿adónde iban?, y respondieron: "Plaza de Sol". Te voy a llevar, ven conmigo.

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Alabado sea Dios

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